viernes, 1 de noviembre de 2019

RECITAL POÉTICO: Rocío Egea nos trae la palabra de Julio Alfredo Egea.







Rocío Egea viene a recitar y a realizar una pequeña performance, invitada por Juanjo, coordinador de la Biblioteca, y Paqui, poeta y profesora de Lengua y Literatura.


!!!!No, no nos deja indiferentes!!!!


Interpreta, entre otros,  pasajes de Alrededores de la Sabina, del autor almeriense  Julio Alfredo Egea. Nos conmueve su actuación y la profundidad de los escritos del poeta  su sobre su árbol milenario: la Sabina de la Sierra de Chirivel.




 "Llegamos ante la sabina y le pregunté por su edad. Me dijo que, según todas las apariencias, podría tener diez siglos. Sentí el vértigo del paso del tiempo bajo su sombra. Me sentí efímero y pequeño bajo aquel árbol que había resistido al tiempo y las hachas, que sabía del paso de tantas civilizaciones bajo sus ramajes, que había presenciado la llegada de mil primaveras.”



En este enlace podemos encontrar más información sobre este monumento natural:
http://turismochirivel.blogspot.com/p/la-sabina.html:

Se trata de un ejemplar de Juniperus thurifera único en la provincia de Almería por sus grandes dimensiones y su antigüedad que ha sido estimada entre 600 y 1.000 años.
Es un auténtico paradigma de la resistencia a las condiciones más extremas de temperatura, capaz de soportar los veranos más ardientes y los mayores fríos invernales.Ubicado en una antigua zona de cultivo de secano, destaca llamativamente en un entorno caracterizado por albergar otras especies como piornos, majuelos y tomillos, y algunos otros pies rastreros de sabina albar de gran porte.Es uno de los recorridos aconsejados para todos aquellos que les gusta el senderismo y las rutas de montaña, a ella sólo se puede acceder andando o en bicicleta.










ALREDEDORES DE LA SABINA.
Julio Alfredo Egea
Instituto de Estudios Almerienses. Almería, 1997
Este libro es un amoroso tributo del poeta a su tierra. Relatos que tienen como centro a un árbol milenario, inalterable a los cambios de vida a través de los años, solitario y único, la sabina de la sierra de Chirivel, declarada monumento natural por la Junta de Andalucía.

V I E J A   E S T A M P A

Sesteando bajo el árbol, en duermevela placentero se reproducen en mi memoria, y casi ven mis ojos cerrados, en retrospectiva visión por galerías del subconsciente, viejos grabados sobre pergamino de agostos lejanos, cuando palpitaba la vida por estos contornos, cuando el campesino que a lo largo del año había faenado la tierra en abrazo de barbecheras y siembras, se apresuraba en la recolección ante temores de la nube, recurriendo a gentes del Levante jornalero.
Condecoraban el alto valle los oros gloriosos del cereal: trigos recios de robusta espiga, con el negro mostacho de las raspas inclinado hacia la tierra por el peso de la simiente; la humilde cebada, esbeltos centenos, gloriosa plenitud del candeal, la avena reidora al mecerla el viento...  Concierto de dorados en las parcelas de la cosecha, a lo largo de la estrecha faja en sembradura. En las riberas de aquel lago de oro había matas intrusas, resistiendo soles, con flores amarillas y moradas, en ofrenda a la fecundidad.
A lo largo del tajo de hombres inclinados en fatigas de siega, escondido el rostro bajo amplios sombreros de paja, zahones de áspero lienzo defendiendo las piernas, dediles de fuertes cueros almenando la mano que abrazaba la mies, previniendo el cardo traidor y el mordisco de las hoces que brillaban alzadas como interrogaciones de acero. Quizá acudió la mercenaria cuadrilla de segadores desde lejanos territorios del hambre, llamada por el cortijero para abreviar la recogida de una cosecha no siempre lograda.
De sol a sol duraba la faena bajo la iniciativa del manigero, sin pausa alguna; sólo un respiro para comer las migas que hacía la cortijera a la sombra del árbol. Rodeaba la cuadrilla la gran sartén colmada de migas de trigo con algún adorno de tajadas de cerdo. Pasaban de mano en mano las tazas del gazpacho hecho con la finísima agua serrana; el tomate, el pepino, la cebolla, eran verdaderos lujos redimiendo de la sed. Después la breve pausa del cigarro, el tabaco repartido por el cortijero con su gran petaca de cuero repujado, cultivado en los huertecillos de Molina o el Mojonar.
Bajo la plenitud de un sol terrible vuelta al tajo, formación de la gran hilera de hombres inclinados sobre la tierra, avanzando ordenados en la batalla del cereal, formando haces  uniformes, atados con las matas más altas de la mies cortada o con guitas de esparto cuando la cosecha no había conseguido suficiente altura.
Transpuesto el sol, ya invisible por derrumbes lejanos, cuando su último rayo dejaba de iluminar la cumbre de la Burrica, finalizaba la tarea y empezaba la recogida de haces, amontonándolos ordenadamente en cargas para facilitar la saca, para una vez concluida la siega, acarrearlos sierra abajo con las bestias, hasta formar hacinas al borde del redondel de las eras, junto al cortijo, para después la familia campesina acabar la faena recolectora con trillas y aventados.
Con los últimos claros llegaba la cuadrilla al pie de la sabina, en donde la mujer encargada de la comida ya tenía la olla abocada en un gran lebrillo: el guiso caldoso con patatas, legumbres y tocino, y un inmenso pan moreno que se repartía en grandes rebanadas. Corría de mano en mano el porrón de cristal y un hilo de vino áspero iba pasando de boca en boca.
Quedaban los sombreros repartidos sobre la tierra, como formando un seto de grandes margaritas, y la cara quemada del segador brillaba feliz en la creciente oscuridad. A veces alguien rasgueaba una guitarra y una voz cansada iniciaba un canto alegre con dejos melancólicos, como una despedida a la dura tarea o un prólogo al descanso. Pronto el silencio, el sueño profundo sobre las mantas extendidas bajo el árbol, la total oscuridad o el tímido nacimiento de la luna, la pausa en el trabajo hasta el primer parpadeo del nuevo día. Sólo las bestias atadas con largas cuerdas en el rastrojo se mantenían despiertas en su pacer y cruzaban relinchos y rebuznos amordazando al canto del mochuelo.
En el suceder de las jornadas algo iba cambiando, en reunión de pastores se hablaba de la llegada del tractor, se oía el ruido de máquinas en las largas besanas de los llanos bajos; fue rompiéndose la vieja amistad en el trabajo de hombres y bestias, las reatas de mulas de las ferias pueblerinas fueron sustituyéndose por exposición de maquinaria agrícola, propagándose modernas eficacias. Se precipitaban aconteceres. Disueltas las cuadrillas de segadores, los hombres dispersos fueron tomando trenes de emigración hacia los Nortes ricos, hacia fatigas de nueva vida trabajadora para conseguir el pan, en alternancia de redenciones y dolorosas renuncias.
Desaparecieron las grandes bandadas de buitres leonados que volaban en círculo hasta descubrir la bestia muerta. Un día dejó de subir, barranco arriba, el cortijero con sus caballerías y las tierras altas, humildes y generosas, quedaron sumidas en el desprecio. Nunca más orló a la sabina la gloria del cereal, y la tierra se vistió de cardos, sublevada en su hurañez.
           
                                               *      *    *

Me despierta el concierto de cencerros del ganado que se aproxima buscando la sombra del árbol. Abro los ojos venciendo el sopor de la siesta y encuentro ante mi a Blas, el pastor. Nos saludamos, compartimos sombraje recostados junto a las ovejas. Duerme el perro a parte, bajo un rosal silvestre y nos llega la voz del transistor que ha dejado Blas colocado sobre unas piedras. Son noticias de la última reunión parlamentaria, en que se habla de crisis económica y de aumento del paro laboral. Le cuento mis ensoñaciones rememorativas, se pone serio y exclama: ¡Cincuenta segaores he visto yo durmiendo al amparo de este árbol!
Se levanta y apaga la radio. Un silencio denso envuelve la soledad del campo. Oímos un lejano rumor de motores que aceleradamente se aproxima y crece en intensidad. Sobre nuestras cabezas vuela un reactor que va dejando en los cielos su rúbrica de modernidad. El pastor se echa hacia atrás el sombrero y lo contempla asomándose bajo las ramas. "¡Son otros tiempos...!” exclama  clausurando nuestra conversación. Veo en sus pupilas claras un reflejo de cielo en ramaje de encortinada melancolía.







Página Oficial del Poeta
Julio Alfredo Egea

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